BETANZOS / Temperamento y exquisitez de un festival ascendente

Betanzos. Iglesia de Santa María do Azogue. 20-V-2023. Miriam Hontana y Sònia Benavent, violines. Obras de Rameau, Leclair, Telemann, Purcell, Rebel. Vivaldi y J. S. Bach. Iglesia de Santiago. 21-V-2023. Jone Martínez, soprano. Manuel Minguillón, archilaúd y guitarra barroca. Obras de Lambert, Le Camus, Corbetta, Bataille, Moulinié, Dubuisson, Visée y Bailly.
El ciclo Música Antigua en Betanzos se abría esta temporada con un concierto de Gradualia dirigido por Simón Andueza, al que este crítico no pudo asistir por coincidencia con otro en A Coruña. Sí lo hizo, afortunadamente, a los otros dos que completaban un tríptico que volvía a poner en valor la idea de incorporar estos repertorios a los preciosos espacios, en lo artístico y lo acústico, que ofrece la bella ciudad de As Mariñas.
Antes de comenzar el concierto del sábado 20, alguien que estaba por ahí comentó que había sabido de la excelencia de sus dos intérpretes —las violinistas Miriam Hontana y Sònia Benavent— por Eduardo Torrico —recordemos su crítica a la presentación al pasado año del proyecto OBNI en la iglesia madrileña de San Miguel. Una vez más, pues, nuestro inolvidable compañero estaba entre nosotros, compartiendo ese pálpito tan propio de quien todo lo seguía y estaba al tanto de todo. “Ya te lo decía yo”, nos hubiera confirmado al final como quien no quiere la cosa.
El caso es que Hontana y Benavent, jóvenes pero magníficamente formadas, con experiencia en grupos al alza y todo un futuro por delante, hicieron un concierto que el propio Torrico hubiera resumido en dos palabras, como aquel citado antes: lírica y desenfreno. Ambas cosas volvieron a aparecer en Betanzos con el excipiente fundamental del equilibrio. Ni el desenfreno descontroló ni la lírica reblandeció lo que las músicas prometían en arreglos u originales. Todo bien lozano gracias a la propia frescura de las dos violinistas, dominadoras sin miedo de las dificultades a afrontar y capaces por igual de transmitir la elegancia y la rusticidad que aquí se daban cita. Así la Sonata op. 3 nº 5 de Leclair, o el virtuosismo más allá de la condición original de la pieza como en el arrebatador Ramage: L’air de Les élements de Rebel o las dificultades de la Sonata en la mayor RV 70 de Vivaldi, tan difícil, además, sin el bajo y de la que firmaron una soberbia versión.
El domingo se esperaba a Carlos Mena, quien causó baja por enfermedad y al que sustituiría en el último momento Jone Martínez, que, aunque con el mismo acompañante, Manuel Minguillón al archilaúd y la guitarra barroca, hubo de cambiar el programa previsto, titulado Per voi ardo. La canción en los libros de vihuela, por otro completamente distinto, Amor, cruel amor. La música de Versalles en el siglo XVII, que la soprano vasca y el tañedor madrileño han ido ofreciendo los últimos meses en distintos escenarios.
No ha sido ninguna sorpresa ver cómo se han confirmado todas las previsiones sobre la carrera de la cantante de Sopelana desde que, por aquí, en A Coruña, la escuchamos por vez primera, creo recordar que en un Mesías dirigido por el propio Carlos Mena. La voz es fresquísima y bella, la gama bien amplia, la entonación impecable y la expresividad de una finura admirable. Pero es que, además, hay en ella una inteligencia estilística que le lleva a conectar maravillosamente esas arias de corte francesas con lo que vendrá más de un par de siglos después. Me exime de más explicación al respecto el formidable artículo de María Condor Pequeñas joyas del Barroco francés: el “air de cour”, recién aparecido en la edición digital de SCHERZO. Como ejemplos señeros en el recital del sábado, Je passais de tranquile jour de Sébastien Le Camus, que evocaba a Massenet, o la maravillosa En fin la beauté de Ëtienne Moulinié, puro Reynaldo Hahn. Todo fue de altísimo nivel, elegantísimo siempre y hasta con la gracia tan sutil que permitían canciones como Río de Sevilla de Gabriel Bataille, Por la verde orilla del claro Tormes u Orilla del claro Tajo, estas dos del citado Moulinié. Manuel Minguillón fue mucho más que un acompañante cuidadoso y artista y pudo confirmar sus cualidades también en las piezas a solo de Corbetta y De Visée. Como encore, un emocionante Sé que me muero de El burgués gentilhombre de Lully.
Las voces y sus ecos dicen que el tríptico betanceiro tirará la casa por la ventana el año que viene. Su vocación es la de traspasar la frontera local y, con lo que ofrece, sólo falta un pequeño esfuerzo más para convertirlo en cita obligada del panorama español de la música antigua.
Luis Suñén