La familia Bach
En 1735 redactó Juan Sebastián Bach el árbol genealógico de su familia musical. Son una docena de páginas que registran los nombres de 53 varones que desde fines del siglo XVI conservaron el apellido y la profesión, secundaria o principal, de músicos. El documento original se ha perdido pero subsiste una copia hecha por una nieta del Gran Cantor de Santo Tomás en Leipzig, Ana Filipina Carolina Bach, hija de Carlos Felipe. Se ha conservado gracias a una prima de la copista, Ana Filipina Federica. La historia del manuscrito tiene algo de intriga detectivesca y así lo entendió Volker Hagedorn en su libro Bachs Welt. Die Familien-Geschichte eines Genies (Rowohlt, Hamburgo, 2016). En él rastrea los orígenes del clan hasta dar con el más antiguo registrado, el pastelero Veith o Vito Bach, que aparece en Turingia en 1591. Es decir que entre él y los hijos del genio hay 130 años de música.
Corresponde aclarar que Vito era pastelero en Hungría y que, por su confesión luterana, debió huir a tierras alemanas para salvarse de la doble persecución de católicos y turcos, que de todo había en la convulsa Europa Central, acosada por los prolegómenos de la Guerra de los Treinta Años.
La pastelería, la panadería y el negocio de posada y taberna duró varias generaciones de Bach. Todavía en algunos lugares donde echaron casa y negocio, se conservan los edificios, más o menos reconocibles, donde estuvieron instalados sus hornos y sus aposentos.
Pasteles y panes aparte, la música siempre resulta ejercida por los Bach. Al principio, de modo tangencial hasta llegar a la plena profesión de quienes conocemos. Los Bach empuñaban el laúd y cantaban canciones anónimas, luego transcriptas y recogidas por los eruditos. Pero también desempeñaron el empleo del vigía, que tocaba el pífano en lo alto de la torre municipal, sea para animar las fiestas del pueblo, anunciar la llegada de grupos sospechosos o reunir a los vecinos para apagar un incendio. Las inundaciones y los interminables vaivenes de la citada guerra los obligaron a vender sus cosas, cargar enseres en un carro y, pífanos y laúdes al hombro, cambiar de ciudad. Además, en casas particulares o aldeas alejadas, conservaban sus cultos y, mal que bien, cantaban sus himnos y motetes.
Es muy interesante seguir la pista de estos Bach porque en ellos se corporiza la historia musical de Alemania hasta llegar a ser una de las potencias europeas en cuanto al arte sonoro. La guerra acabó, se firmó la paz de Westfalia donde actuó un ilustre pensador español de la tolerancia, Saavedra Fajardo. Los alemanes no acabaron de aguantarse entre luteranos, evangelistas y católicos. Pero la música sí lo hizo. Bach compuso cantatas y corales para los luteranos y misas para los católicos. Y Pasiones para todo el mundo cristiano, pues él cabe en la historia del martirio de Jesucristo. Ya se sabe, el padre es uno solo pero los hijos se tratan como hermanos, se aman y se odian como hermanos. Entonces llega la música, armoniza las disonancias y por unas horas, todos somos o parecemos igualmente humanos.
Blas Matamoro