Fritz Lang y Richard Wagner
En 1924 filmó Fritz Lang las dos partes de Los nibelungos: Sigfrido y La venganza de Crimilda. De algún modo, aunque todavía las películas eran mudas, por el hecho de que siempre tuvieran un acompañamiento musical en vivo, en el cine se realizaba el desideratum de la obra de arte total soñada por Wagner: todas las artes reunidas en un solo espectáculo. Pero, en otro sentido, presentar la saga de los nibelungos en Alemania significaba, de algún modo, desafiar a Wagner, atreverse a reformular su epopeya cósmica, esa curiosa historia de la humanidad donde la humanidad como conjunto sólo aparece en un breve coro de guibichungos en El ocaso de los dioses. Una epopeya intimista no es la menor de las rarezas de don Ricardón.
Para no caer en la fácil versión de una ópera en plan de mimodrama mudo con un pastiche wagneriano de motivos conductores como fondo, Lang y Thea von Harbou, su entonces esposa y libretista, acudieron a las fuentes, saltando sobre Wagner y también sobre el dramaturgo romántico Friedrich Hebbel. Pero en vez de irse hasta los Eddas islandeses, como había decidido Wagner, se valieron del medieval Nibelungen Nôt, a medias pagano y cristiano.
Las diferencias entre las dos epopeyas, la operática y la fílmica, son complejas y no tengo autoridad ni espacio para examinarlas. El crítico de cine Willy Haas ya hizo lo suyo en un artículo de Film Kurier (15 de febrero de 1924). El muy curioso puede consultar la biografía de Fritz Lang debida a Norbert Grob (F.L. Ich bin ein Augenmensch). Y si no, recuperar el filme y repasar la tetralogía wagneriana. Por mi parte, nunca he visto un Fáfner hecho dragón tan convincente como el de la película citada.
Lo interesante del paralelismo reside, a mi entender, en la estructura de ambas historias. Wagner hace un relato cósmico pesimista en el cual los dioses son incapaces de gobernar el mundo y los hombres, de enderezar la divina torcedura, por lo cual la historia de ambas estirpes, embrollada por los inmiscuidos nibelungos, conduce a la catástrofe y todo vuelve a empezar cuando termina. El protagonista del asunto es Wotan, el que construye la mansión divina al comienzo y manda encender la encina del mundo al final, cuando todo se torna fuego y ceniza.
Lang, por el contrario, centra la historia no en un dios sino en un hombre, Sigfrido, víctima de la envidia del enemigo y vengado finalmente, no por un ser semidivino, una valquiria, sino por una mujer humana. La lectura paralela da un resultado curioso. Wagner hizo una epopeya pesimista cuando se refundaba el imperio alemán y se convertía en el gran terrorista de Europa. Lang, después de una guerra desastrosamente perdida por los alemanes, cuenta la vieja épica en clave de drama humano moderno. El hombre vence al dragón, al monstruo sobrenatural, y la mujer hace justicia. Un pseudowagneriano llamado Adolf Hitler mandó a Fritz Lang al exilio que le salvó la vida. Pero esa es otra historia. Se llama La gardenia azul y data de 1953. La canción que canta en ella Nat King Cole y que da título al filme, alterna con la muerte de Isolda. Para pensarlo.