El tiempo y el canon
Examinando la historia de la música como historia de las relaciones entre la producción musical y su recepción, se observa que el denominado canon —la lista de títulos que circula por los conciertos, funciones de ópera y grabaciones— varía duramente entre época y época. En general podría decirse que el canon se ha ensanchado respecto a cualquier pasado, gracias al aumento de la población, que incide en el creciente público de la música, la mejora del nivel económico medio y la baratura de los medios mecánicos de reproducción musical.
Aceptado lo anterior, las sorpresas son notables. Dejo de lado el caso de Juan Sebastián Bach, uno de los grandes, cuya obra fue sólo muy parcialmente conocida en su tiempo y ha necesitado siglos para divagar regularmente por los programas. Me vengo más cerca, a finales del siglo XIX. Dos muchachos muy promisorios, Richard Strauss y Gustav Mahler, recibieron pitidos y bufidos cuando asomaron en las salas de conciertos. Obras tan “inofensivas” como el poema sinfónico Desde Italia y la Sinfonía Titán fueron pataleadas y gran parte de la crítica las consideró insoportables, infumables e incomprensibles. El argumento insistente resultó ser que anunciaban el fin de la música, que ya no se podía componer más y por ello se producían esos mamotretos y esos mamarrachos.
Desde luego, la deriva de ambos músicos terminó siendo muy otra, especialmente en el caso de Strauss. Los públicos aceptaron sus trabajos orquestales y operísticos, a veces incluso a favor de escándalos de tipo moral como sucedió con sus óperas Salomé y Electra. A pesar de que no le gustaba a su emperador, Alemania lo consagró como gran estrella nacional. El caso de Mahler tuvo un proceso más lento. Al principio, debió mostrar parcialmente sus largas sinfonías y recaudar fondos privados para su ejecución. Por fin, su décima obra sinfónica constituyó un acontecimiento de la música continental.
Hoy nadie se asusta por las partituras de Ricardito y Gustavo. Son de la familia y hasta es posible que algún vanguardista se irrite por la frecuencia con que aparecen programadas;pues se trata de piezas de museo. Desde luego, el gusto estético tiene un alto porcentaje de costumbre. La paciencia de los autores y, sobre todo, de sus composiciones, vence al almanaque o triunfa gracias a él. Bach pudo esperar siglos, Mahler y Strauss apenas unas décadas. Ambas medidas se diluyen para los creyentes en la eternidad.