El fiel correpetidor
Así tituló Theodor W. Adorno una de sus colecciones de crítica musical, aludiendo a una profesión que tiene fama de fidelidad y, según el tópico, de sumisión y penumbra. En cuanto a la fiel esposa de las tradiciones machistas, éstas dicen lo mismo del género femenino. En efecto, los pianistas acompañantes, conforme al adjetivo, sirven de compañía al cantante o al instrumentista protagónico. Respecto a los maestros internos, es como si estuvieran escondidos en las salas de ensayo, sin que nadie les viera la cara ni salieran jamás a agradecer los aplausos al final de la función.
Sin embargo, repetir, en varias lenguas, significa estudiar y ensayar una pieza de música o un texto teatral, a veces coincidentes en la ópera. El correpetidor es, a menudo, un maestro de estilo que instruye a quien “se va a lucir”. En las orquestas, los internos son los que organizan las lecturas para que, cuando llegue el titular, todo el mundo sepa su parte y el conjunto, la totalidad.
En nuestros días, la tarea citada va cobrando jerarquía y nadie diría que nombres como Gerald Moore, Geoffrey Parsons, Malcolm Martineau o Graham Johnson mencionen a segundones del arte musical. Incluso Erik Werba que, por pereza, en ocasiones rehuía leer cumplidamente ciertos pasajes difíciles. Tan importante es hoy el supuesto artista derivado que se concede el lugar a una primera figura. Y ahí no siempre las soluciones resultan felices. Vladimir Horowitz y Nathan Milstein en la tercera sonata de Brahms, sin perder excelencia, están desequilibrados en cuanto a sonoridad a favor del pianista. Arthur Rubinstein y Jascha Heifetz, la objetividad clásica y la subjetividad romántica, hacen muy bien sus partes en la sonata de Franck pero no se encuentran en Franck. Invirtiendo los papeles —no daré ejemplos por ser molestos— ¿cuántas veces un recital de canciones fue salvado por el pianista hasta sentir que la voz estorbaba y quedaba perfecta una súbita afonía?
Fiel, sí, debe ser el correpetidor, pero fiel a la música en juego, lo mismo que el solista. En cuanto al maestro interno, debería figurar en los programas y no en letra pequeña, como las advertencias sobre los teléfonos móviles.